Una vida entregada a Dios

Juana Jugan, figura y mensaje de ayer y de hoy. Lleva en sí la frescura de lo nuevo y el recio sabor de lo inmutable. Su evocación proyecta sobre nuestro tiempo un chorro de luz que puede ayudarnos a dar la nota justa en nuestra vivencia cristiana. La Gran Jugan, como cariñosamente la llamaban sus compatriotas, creyó e hizo vida las bienaventuranzas.

Es tan hermoso ser pobre, no poseer nada, esperarlo todo de Dios.

 

Este fue su lema,

Dios depositó en sus manos vacías la riqueza de su amor activo. Con él hizo proezas. Presentamos seguidamente, salpicada con algunas de sus frases, una síntesis biográfica soporte de su mensaje. Dedicó todo su tiempo a los pobres, no hizo literatura. Pero estas frases calaron hondo en quienes las escucharon; han llegado hasta nosotros y las transcribimos tal como las pronunció, en un estilo corriente, aunque acrisoladas, fruto de vivencias y convicciones profundas. Revelan la talla de esta mujer sencilla.

Como el Cántico de las Criaturas del humilde Francisco de Asís, nos damos cuenta que proceden de un alma muy próxima a Dios y totalmente entregada a los hermanos.

Corre el año 1792…

La Revolución galopa por la geografía francesa sembrando el terror y la violencia. Con el encarcelamiento de Luis XVI y su familia, cae la Monarquía y se constituye la Primera República. El cambio de régimen trae consigo la nacionalización de los bienes de la Iglesia, la disolución de las órdenes religiosas y la Constitución Civil del Clero.

Los elementos más radicales ejercen una dictadura sanguinaria y, para borrar todo recuerdo de Cristianismo, es abolido el Calendario Cristiano y sustituido por otro especial. Gobierna la Iglesia Pio VI. En este marco histórico, llega al mundo nuestra protagonista. Ante la avidez de progreso y libertad de sus contemporáneos, aportará el testimonio transparente de la revelación de Dios a los humildes. El dinamismo de su fe sencilla la conducirá, simultáneamente, a Dios y a los hombres de su tiempo.

Se llamaba Juana y era hija de un marinero,

padre ejemplar, lobo de mar curtido por el yodo, el sol y las tormentas. Su madre fue una mujer pueblerina muy bondadosa.

Del padre, la niña heredó el recto temple; de la madre, una exquisita ternura. Nació en Francia, concretamente en Cancale (Bretaña), población costera extendida sobre un mar esmeralda.

La humilde vivienda que habitaban los Jugan y que se conserva todavía, dista mucho de asemejarse a los chalets que la rodean en la actualidad. Un día… no sabemos detalles, el padre se embarcó para no volver más. ¿Naufragio? El mar guardará para siempre su secreto.

Juana hizo el aprendizaje de la vida

en un ambiente duro y adverso. Pastorcilla al cuidado del pequeño rebaño que poseía la familia, descubre el maravilloso horizonte del mar que se pierde en el infinito y… reza. En latitudes distintas, sobre cinco continentes, la esperaban los desheredados del mundo sedientos de comprensión y de amor; en su corazón bueno y de dimensiones universales encontrarán amplia acogida. Oraba la pastorcilla, pacía su rebaño en la hondonada. Para morir en la arena las olas se coronaban de espuma blanca. Esta existencia pobre en la que la preocupación por el alimento diario es permanente, junto a la necesidad de buscar a Dios en el interior del alma, iban forjando su espíritu firme y bondadoso del que Dios necesitaba para realizar su Obra.

A los dieciocho años

recibe la primera propuesta de matrimonio; es un buen partido, así lo piensa también su madre; pero Juana declina la petición; su respuesta demuestra una decisión irreversible:

“Dios me quiere para Él, me guarda para una Obra que no es conocida; para una Obra que aún no está fundada”.

Esperará largos años antes de que esta especie de profecía se precise. En esta lenta espera, sus dotes humanas se afirman y su fe se mantiene alerta a los signos que le manifestarán la obra a la que Dios la destina en la Iglesia.

Dios me quiere para Él, me guarda para una obra que no es conocida, para una obra que no ha sido aún fundada.

Por aquel entonces,

Juana se despide definitivamente de su aldea natal para trabajar, en lo que hoy llamaríamos, auxiliar de clínica, en el hospital de una población costera.

Se dedicó más especialmente a ayudar en la farmacia. En el itinerario de esta vida, sencillo y sin relieve aparente, descubrimos sin dificultad una Providencia cuidadosa que la forma, sin ella saberlo, para su futura misión.

Se inicia en la ciencia de los remedios más usuales y se revelan en ella innatas cualidades: intuición, creatividad, sensibilidad, sentido de piedad y de compasión, amplia capacidad de comprensión y de amor que le permiten detectar el dolor ajeno y aportar remedio.

La actividad de Juana se multiplica

y no puede circunscribirse únicamente a la atención de los enfermos hospitalizados. Adivinando lágrimas silenciosas, necesidades ocultas, dolores callados, se zambulle en los barrios pobres, en los tugurios, en el mundo de la miseria y del dolor.

De los 9.000 habitantes que contaba la ciudad, 4.000 se hallaban reducidos a la mendicidad.

Esta situación le partía el alma. Conocía por sus nombres y apellidos a estos hombres y mujeres que pagaban tributo a la muerte en cualquier cuchitril nauseabundo, sucios y abandonados… ¿Qué hacer?

Del puñado de fechas que han hecho historia

en la vida de Juana, la más gloriosa tal vez, corresponde al invierno de 1839; Juana abre las puertas de su casa a una anciana viuda, pobre, ciega y enferma, poniendo así las bases de su gran Obra. Este gesto fue la brecha por donde el Señor, disfrazado de mendigo, entró en la casa y en la vida de la primera Hermanita de los Pobres.

Como una ráfaga de viento impetuoso, los ancianos fueron agolpándose junto a la puerta de su corazón y ésta ya no pudo cerrarse más. Juana quiso atender a todas las miradas tristes, a todas las manos alzadas y a todos los rostros surcados por las lágrimas. En adelante vivirá sólo para socorrer y llevar alegría a los demás.

No olviden nunca que

el Pobre es Nuestro Señor.

Todo duerme ahora en la pequeña habitación…

excepto Juana que continúa hasta muy avanzada la noche, hilando el cáñamo para asegurar el pan del día siguiente.

Sensible al verdadero clamor de los pobres, lleva en sus venas el espíritu de amor al prójimo; su caridad es auténtica, hunde sus raíces en Dios mismo. Ella no se mueve nunca por vagos sentimientos de filantropía.

Su realismo frente a los acontecimientos, no le impide de ningún modo discernir en ellos la acción de Dios. Ha descubierto su misión y se entrega con todas sus fuerzas, impulsada por el amor cristiano más puro.

La casa es pequeña,

ya no caben más; pero el corazón es inmenso y cuando en el corazón hay un sitio no se escatiman los medios. Juana se multiplica. Solicita ayuda. Comunica a otras jóvenes sus ansias de hacer el bien; les contagia su amor a los pobres y necesitados. Virginia, joven a quien los cuidados de Juana han devuelto la salud, se convierte en una de sus primeras ayudas. Esta lleva a su amiga María a visitar a los pobres que Juana tiene recogidos y María se siente prendida del mismo ideal. Ya son tres. Forman la primera célula de la Congregación de las Hermanitas de los Pobres. Juana dirige, organiza, está atenta a todos y a todo. Sus dotes de organización, su gran sentido común, su rendimiento en el trabajo, su temple de acero para hacer frente a las dificultades, ponen de manifiesto su rica personalidad y el calibre de su alma noble que no conoce el desaliento ni el cansancio cuando se trata del bien de los pobres.

Siguieron años de intensa actividad.

Con su cesta al brazo, sale cada día a recoger limosnas por la ciudad y los pueblos circundantes. Tiene una gracia especial para la colecta y mientras recoge las ofrendas, va sembrando la sonrisa, la paz… su confianza en la Providencia. Búsqueda azarosa del pan de cada día. Giras difíciles, duras. Había que salir en todo tiempo, sufrir el calor, el frío, la lluvia, abordar toda clase de personas, hacer largos trayectos, llevar pesadas cargas. A veces la trataban de holgazana. En una de sus correrías, un viejo solterón, irritado, le dio una bofetada. Ella respondió dulcemente: “Gracias, esto es para mí; ahora dadme algo para mis pobres, por favor”.

Cuando iba a pedir me costaba;

pero lo hacía por Dios y por los pobres.

Dos grandes figuras influyeron

poderosamente en la vida de Juana Jugan: Juan de Dios y Juan Eudes.

Con la brújula de la caridad hospitalaria de Juan de Dios, la fundadora levará anclas y lanzará valiente su navecilla, las obras de estos dos gigantes de la hospitalidad, revolotean en torno a un idéntico ideal: el anhelo del Señor, “Permanecer en mi amor” y su nuevo mandato “Amaos ls unos a los otros como yo os he amado”.

Una y otro lo cumplen heroicamente en su dedicación total a los pobres. Sarmientos de la misma vid, de ella recibieron el fuerte impulso que los vivificó y asemejó entre sí.

Como todas las grandes obras,

también la suya tuvo que saborear el fruto amargo de la oposición y de la crítica. Juana no se detiene. Los pobres están atendidos y contentos y para ella eso es lo que cuenta. Hay que buscar un local mayor; Juana hubiera querido uno tan grande como su corazón para dar cabida a todos los pobres. Unos la alaban y la admiran, otros la critican.

Ella continúa sencilla, serena y confiada. Ni se hincha con el éxito ni se desalienta con las dificultades. Posee la paz de quien se sabe en las manos de un Dios que es Padre.

“Nunca es más grande el hombre como cuando, de rodillas, reza a su Creador.”

Dios es la clave interpretativa en la vida de la Gran Jugan. Mujer de finísima sensibilidad espiritual, escuchó en los albores de su existencia, primero como un leve susurro, y después con irresistible insistencia, la invitación profunda del Libro Santo: “Buscad mi rostro”. Juana supo descubrirlo de manera certera en el rostro del pobre, del anciano, del enfermo; de todos los humanos… pero también en sus largas horas de oración, robadas muchas veces al descanso: oración intensa y a menudo silenciosa. ¿De dónde si no iban a sacar fuerzas par desplegar tan incansable actividad?

Jesús la espera en la capilla. Vaya a visitarle cuando esté agotada de fuerza y de paciencia; cuando se encuentre sola e impotente.

“Amplía el lugar de tu tienda y extiende las pieles que te cubren. No te cohíbas”.

Decidida, Juana partió hasta la capital de Bretaña. Recorriendo en aquel frío invierno, las calles de la ciudad, se encontró con las mismas necesidades que en la población costera de donde venía. En la limosnera se despertó la fundadora. Sin timidez, pide audiencias a las autoridades civiles y religiosas. “Esto es una locura”, e dice un día la esposa de un alto funcionario. “Es verdad, responde sin inmutarse, es una locura, esto parece imposible; sin embargo, si Dios está a nuestro favor, esto se hará.” Y gracias a una delicada y tenaz insistencia, triunfa y obtiene la autorización de abrir una casa. Juana amplía su campo de acción. Ella que siempre ha obedecido, dirige, organiza, manda, funda casas y las mantiene a flote. Diríase que jamás ha hecho otra cosa.

Bajo su gran capa negra

va desgranando rosarios a lo largo de rutas y senderos. Pide con dignidad: ni arrogancia, ni servilismo. “La limosna es la herencia de los pobres”. Su tenacidad era siempre cortés y discreta. Un jardinero que la conocía y sabía de sus actividades, le preguntó un día entre solícito y admirad: “¿Cómo habrá que llamarla ahora?” Y sin pensarlo dos veces Juana le contesta: “La humilde sierva de los pobres”. Pues venid, humilde sierva de los pobres”. Y el cesto se llena de frescas y buenas legumbres. Los agricultores la comprenden y la ayudan. Conocía también la generosidad de las gentes del mar y acostumbraba ir a pedir a los barcos anclados en el puerto. Un capitán protestante diría de ella años más tarde, después de su conversión: “Había en ella algo que hacía pensar en Dios”.

Por consideración,

en una oficina de beneficencia, le daban aparte algunos bonos de pan. Pero un día le gritaron con aspereza: “¡A la cola, como los demás!” Humillada, esperó su turno confundiéndose con los demás pobres. Si grande fue su caridad, esta virtud de la humildad la hizo extraordinariamente amable. Era como el alma de todo su ser. La gran mendiga de limosnas, se acercó a toda clase de personas, superó cuantas dificultades se le presentaron y desafió las inclemencias del tiempo y el cansancio de los caminos que, dicho sea de paso, no se parecían en nada a las modernas autopistas. Su amor a los Ancianos, estuvo siempre envuelto en un halo de indefinible sencillez. Por ello se convirtió en una mendiga por amor de Dios, sólo Él sabe las humillaciones que tuvo que soportar. Sólo Él conoce las repugnancias que ello costó a su noble corazón.

Para ser una buena Hermanita, hay que amar mucho a Dios, a los Pobres y olvidarse de sí misma.

Entre los recuerdos

de esa época lejana, se alza una gran cruz que simboliza toda la heroica existencia de Juana Jugan, viajera y limosnera. Una escena expresiva y bella: al borde de uno de los caminos de Bretaña, sobre un crepúsculo de púrpura de oro, se perfila un calvario. Una mujer se acerca a él. Su capa flota al soplo del viento. Camina con paso lento, a causa del peso que lleva; un cesto y un saco que una mujer deposita sobre las gradas de granito. Se sienta, vencida por la fatiga. He aquí su último descanso antes de regresar a la casa, con tiempo para desgranar aún algunas avemarías en su rosario. Vuelve a levantarse y parte. Esa mujer es Juana Jugan.

Una misión más grande

la espera aún: sufrir, callar, obedecer de nuevo y, de este modo, grabar profundamente el sello de su espíritu en la familia religiosa por ella fundada. Desde los primeros años de las fundaciones la sombra dolorosa se cierne sobre la existencia de Juana. Tergiversando papeles, alguien se erige en fundador y logra destituirla de su puesto relegándola al último lugar. Y aquí aparece en todo su esplendor la calidad, el temple de esta gran mujer. Sin protestar, calla prudentemente y acepta con heroica humildad ser despojada de todo. Raíz de poderosa savia, seguirá vivificando el tronco, con todos sus retoños. Los testimonios de sus largos años de postergación nos la describen, de carácter equilibrado, dulce trato, serena, solícita para los que la rodeaban. Así se vengan los santos.

Juana es el grano de trigo

que cae en tierra y muere. Nadie le prestaba atención, pero ella veía la obra bendecida por Dios: era su alegría. Los testimonios de las hermanitas que la conocieron, nos la describen alegre, serena, bondadosa, solícita: “Vivía en la presencia de Dios”; “iba siempre alabando a Dios”.

La primera Hermanita de los Pobres muere en 1879, sin ruido, como la última de todas ellas. Pero la verdad emergerá poco a poco. Más de 50 años después de su muerte, los numerosos testimonios de las novicias que convivieron con ella muestran la influencia extraordinaria de su vida; y comienza todo un trabajo histórico sobres su reputación de santidad que concluye en 1879. Fue proclamada “Beata” el 3 de octubre de 1982 y modelo de santidad para toda la Iglesia, canonizada, el 11 de Octubre de 2009 por el Papa Benedicto XVI.