HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Domingo 3 de octubre de 1982

Et exaltavit humiles!

Estas palabras tan conocidas del Magnificat llenan mi espíritu y mi corazón de alegría y emoción, al proclamar Beata a la humildísima fundadora de las Hermanitas de los Pobres. Doy gracias al Señor por haber realizado lo que Juan XXIII había legítimamente esperado y Pablo VI había deseado ardientemente. En verdad que el texto apenas citado se puede aplicar a todos los discípulos de Cristo, beatificados o canonizados por la suprema autoridad de la Iglesia. Sin embargo, la lectura atenta de la Positio sobre las virtudes de Juana Jugan, así como las recientes biografías consagradas a su persona y a su epopeya de caridad evangélica, me inclinan a decir que Dios no ha podido glorificar a una sierva más humilde. No temo, queridos peregrinos, de estimularos a leer y a releer las obras que hablaban tan bien de la heroica humildad de la bienaventurada Juana, así como de la admirable sabiduría divina, que dispone con paciencia y discreción los acontecimientos destinados a favorecer el nacimiento de una vocación excepcional y el surgir de una obra nueva, a la vez eclesial y social.

Et exaltavit humiles! Dios no ha podido glorificar a una sierva más humilde.

Dicho esto, quisiera medita con vosotros y para vosotros la actualidad del mensaje espiritual de la nueva Beata. Juana nos invita a todos, — cito palabras de la regla de las Hermanitas– “a la pobreza espiritual, caminando hacia el despojo total que entrega un alma a Dios”. A esto nos invita ella mucho más con su vida que con sus pocas palabras conservadas y marcadas por el sello del Espíritu, como ésta: “Es tan hermoso ser pobre, no tener nada, esperarlo todo del Buen Dios”. Consciente y alegre por su pobreza, contaba totalmente con la divina Providencia, que reconocía actuando en su propia vida y en la de los demás. Esta confianza absoluta, no era sin embargo inactiva. Con la valentía y la fe que caracterizan a las gentes de su tierra natal, no duda en mendigar para los pobres a los que acoge. Quiere identificarse con el mundo de los ancianos con frecuencia enfermos, a veces abandonados. ¿No es esto puro Evangelio? (cf. Mt 25, 35-41) ¿No es éste el camino que le ha enseñado l Tercera Orden de San Juan Eudes, “no tener sino una vida, un corazón, una alma, una voluntad con Jesús” para acercarse a los preferidos de Jesús: los pequeños y los pobres? Gracias a sus prácticas diarias de piedad, larga y silenciosa oración, participación en el Sacrificio Eucarístico y comunión del Cuerpo de Cristo de manera más frecuente a como era uso en la época, recitación meditada del Rosario que nunca dejó y el hincarse de rodillas fervorosa delante de las estaciones del Vía Crucis, el alma de Juana estuvo verdaderamente sumergida en el misterio de Cristo Redentor, especialmente ten su pasión y cruz. Su nombre de religión, Sor María de la Cruz, es símbolo real y conmovedor de ello. Desde su aldea natal de Petites Croix, (¿coincidencia o presagio?), hasta su partida de este mundo, el 29 de agosto de 1879, la vida de esta fundadora es comparable a un largo y fecundo Vía Crucis vivido con serenidad y alegría, según el Evangelio.

La vida de esta fundadora es comparable a un largo y fecundo Vía Crucis vivido con serenidad y alegría.

¿Cómo no subrayar que cuatro años después del nacimiento de la Obra, Juana fue víctima de intromisiones abusivas y externas al grupo de sus primeras compañeras? Dejó que le quitaran del cargo de Superiora, y un año más tarde aceptó volver a la casa Madre para un retiro que iba a durar veintisiete años, sin la más mínima protesta. Midiendo tales acontecimientos, la palabra heroísmo viene por sí sola a la mente. San Juan Eudes, su maestro espiritual decía:” la verdadera medida de la santidad es la humildad”. Cuando Juana recomendaba frecuentemente a las Hermanitas: “Sed pequeñas, muy pequeñas, conservad el espíritu de humildad, de sencillez. Si nos creyéramos algo, si la Congregación no bendijera al Buen Dios, caeríamos por tierra”, estaba transmitiéndoles su propia experiencia espiritual. Y en su largo retiro de la Tour San José, ejerció sin duda sobre numerosas generaciones de novicias y de Hermanitas una influencia decisiva, imprimiendo su espíritu a la Congregación mediante la irradiación silenciosa y elocuente de su vida. En nuestra época, el orgullo, la búsqueda de la eficacia, la tentación de medios … tienen lugar en el mundo,  ya veces, también en la Iglesia. Obstaculizan la llegada del Reino de Dios. Ésta es la razón por la que la fisonomía espiritual de Juana Jugan es capaz de atraer a los discípulos de Cristo y de llenar sus corazones de sencillez y de humildad, de esperanza y alegría evangélica que emanan de Dios y del olvido de sí mismo.

La verdadera medida de la santidad es la humildad.

Su mensaje espiritual puede impulsar a los bautizados y confirmados a un redescubrimiento y a la una práctica realista de la caridad, que es sorprendentemente eficaz en la vida de una hermanita o de una laico cristiano cuando el amor de Dios y de la misericordia reinan en él. Juana Jugan nos ha dejado también un mensaje apostólico de plena actualidad. Se puede decir que recibió del Espíritu, como intuición profética, las necesidades y aspiraciones profundas de los ancianos; el dese o de ser respetados, estimados, queridos; el miedo a la soledad y al mismo tiempo el deseo de un espacio de libertad e intimidad; la nostalgia de sentirse útiles todavía; y, con frecuencia, la voluntad de profundizar en la fe y de vivirla mejor. Añadiría que, sin haber leído ni meditado las hermosas palabras de la Gaudium et spes, Juana estaba ya en secreto acuerdo con lo que ellas dicen acerca del establecimiento de una gran familia humana, en la que todos los hombres vivan como hermanos (cf. nº 24) y compartan los bienes de la creación según la regla de la justicia, inseparable de la caridad (cf. nº 69).

Si es verdad que los sistemas de seguridad social actualmente en vigor han suprimido las miserias de los tiempos de Juana Jugan, es preciso decir que las necesidades de los ancianos existen todavía en muchos de los países en los que trabajan sus hijas. E incluso donde estos sistemas de seguridad existen, no ofrecen siempre a los ancianos el tipo de casas verdaderamente familiares que corresponden a sus esperanzas y sus necesidades espirituales y corporales. Se pude constatar que en un mundo en el que el número de ancianos está en aumento, de esto se ha ocupado el reciente Congreso Internacional de Viena, la actualidad del mensaje apostólico de Juana Jugan y de sus hijas, está fuera de duda. Desde los primeros años, la Fundadora quiso que su Congregación, lejos de limitarse al Oeste de Francia, se convirtiera en una verdadera red de casas familiares, donde cada persona fuera acogida, honrada, y según las posibilidades individuales, alentada a gozar de su propia existencia. La actualidad de la misión inaugurada por la Beata, es tan verdadera que no cesan de afluir, tanto las peticiones de admisión como de fundaciones. En el momento de su muerte, eran 24 las Hermanitas que estaban al servicio de los pobres y ancianos, en diez países. Hoy son 4.400, repartidas por treinta naciones en los cinco continentes.

La actualidad del mensaje apostólico de Juana Jugan y de sus hijas, está fuera de duda.

Toda la Iglesia y la sociedad misma no pueden por menos que admirar y aplaudir el maravilloso crecimiento de la pequeña semilla evangélica, sembrada en tierra bretona, hace ciento cincuenta años, por la humilde cancalesa, tan pobre en bienes, pero tan rica en fe. Que la beatificación de su queridísima Fundadora dé a las Hermanitas de los Pobres un nuevo impulso de fidelidad al carisma espiritual y apostólico de su Madre. ¡Ojalá que la repercusión de este acontecimiento a través de todas las fundaciones ilumine a muchas jóvenes para que se decidan a hacerse Hermanitas! ¡Ojalá que la glorificación de su paisana sea para los feligreses de Cancale y para todos los diocesanos de Rennes una potente llamada a la fe y caridad evangélicas! Que esta beatificación, finalmente, sea para los ancianos del mundo entero una fuente tonificante de alegría y esperanza, gracias al testimonio solemnemente reconocido de aquella que tanto les amó en el nombre de Jesucristo y de su Iglesia.

Que esta beatificación sea para los ancianos del mundo entero una fuente tonificante de alegría y esperanza