Dicho esto, quisiera medita con vosotros y para vosotros la actualidad del mensaje espiritual de la nueva Beata. Juana nos invita a todos, — cito palabras de la regla de las Hermanitas– “a la pobreza espiritual, caminando hacia el despojo total que entrega un alma a Dios”. A esto nos invita ella mucho más con su vida que con sus pocas palabras conservadas y marcadas por el sello del Espíritu, como ésta: “Es tan hermoso ser pobre, no tener nada, esperarlo todo del Buen Dios”. Consciente y alegre por su pobreza, contaba totalmente con la divina Providencia, que reconocía actuando en su propia vida y en la de los demás. Esta confianza absoluta, no era sin embargo inactiva. Con la valentía y la fe que caracterizan a las gentes de su tierra natal, no duda en mendigar para los pobres a los que acoge. Quiere identificarse con el mundo de los ancianos con frecuencia enfermos, a veces abandonados. ¿No es esto puro Evangelio? (cf. Mt 25, 35-41) ¿No es éste el camino que le ha enseñado l Tercera Orden de San Juan Eudes, “no tener sino una vida, un corazón, una alma, una voluntad con Jesús” para acercarse a los preferidos de Jesús: los pequeños y los pobres? Gracias a sus prácticas diarias de piedad, larga y silenciosa oración, participación en el Sacrificio Eucarístico y comunión del Cuerpo de Cristo de manera más frecuente a como era uso en la época, recitación meditada del Rosario que nunca dejó y el hincarse de rodillas fervorosa delante de las estaciones del Vía Crucis, el alma de Juana estuvo verdaderamente sumergida en el misterio de Cristo Redentor, especialmente ten su pasión y cruz. Su nombre de religión, Sor María de la Cruz, es símbolo real y conmovedor de ello. Desde su aldea natal de Petites Croix, (¿coincidencia o presagio?), hasta su partida de este mundo, el 29 de agosto de 1879, la vida de esta fundadora es comparable a un largo y fecundo Vía Crucis vivido con serenidad y alegría, según el Evangelio.