2 de febrero-Jornada Mundial de la Vida Consagrada

Desde hace 25 años, la Iglesia celebra el 2 de febrero, tradicionalmente llamado día de la candelaria, la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Este año bajo el lema “La vida consagrada, parábola de fraternidad en un mundo herido”. 

Desde Roma, el Dicasterio para la Vida Consagrada ha dirigido una carta a todos los Consagrados para la celebración de esta jornada, intentando «mitigar la distancia física que la pandemia ha impuesto durante tantos meses».

El Papa Francisco presidirá en la Basílica de San Pedro, a las 17h30 la celebración eucarística, que se verá «despojada de los signos y de los rostros alegres que la iluminaban en años anteriores..»

Tal como indica la Conferencia Episcopal Española «el objetivo de esta jornada es ayudar a toda la Iglesia a valorar cada vez más el testimonio de quienes han elegido seguir a Cristo de cerca y dedicar su vida a Él.»

Indica además que «la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada dedica esta jornada a estos hombres y mujeres que, en medio de innumerables desafíos, al borde del camino o en el rincón más inhóspito de una barriada cualquiera, se convierten en ayuda para las heridas del mundo.

En la actualidad, los consagrados también ayudan con una mirada especial a personas que experimentan nuevas formas de injusticia, aflicción y desesperanza: los afectados por la COVID-19.

En el marco de la celebración de esta jornada tan importante para todos los consagrados, el Instituto Teológico de Vida Religiosa y la Conferencia Episcopal Española organizaron un coloquio el sábado 30 de enero que fue moderado por el claretiano, Fernando Prado y participarán Santiago Agrelo, Arzobispo emérito de Tánger, la benedictina Pilar Tejada y Vicenta Estellés, ex presidenta de CEDIS. Ver aquí.

En esta Fiesta de la Presentación del Señor, Cristo se nos presenta como LUZ DE LOS PUEBLOS. Cuando José y María van a presentar al Niño Jesús en el templo, cuarenta días después del nacimiento, obedientes a la Ley, dos ancianos, Simeón y Ana, salen al encuentro del Salvador. Por este motivo en algunos lugares esta fiesta es llamada también la fiesta del encuentro, en referencia a la felicidad experimentada por Simeón y Ana, que llevaban años esperando ver lo que hoy tienen ante sus ojos. Su prolongada espera nos enseña a valorar nuestra vida como un camino hacia el encuentro definitivo con el Señor, concretada en un progreso paulatino de unión con Dios a través de la participación en la vida de la Iglesia y de los distintos acontecimientos de nuestro día a día. Una vez más los Ancianos nos enseñan a vivir con los ojos puestos en lo esencial en aquello que vale la pena.